jueves, 9 de agosto de 2007

La Paz

Ya es hora de continuar con el relato de esos días que me paseé por Bolivia. Ese Domingo de finales de Julio amanecí en Copacabana con díficultades para respirar debido a la altitud. El lago Titícaca se encuentra a unos 3800 y sentía una opresión en el pecho bastante incómoda que me obligaba a esforzarme para llenar los pulmones. Me despido de la chica de la agencia dónde compre el billete de bus a La Paz, que muy simpática, me lleva hasta el bus cómo si temiera que me quedara en tierra. El bus sigue tomando altura y pronto vemos nieve en las cunetas. Llegamos a un pueblo dónde el autobus se detiene frente a la orilla de una extensión de agua que a unos 500 metros deja ver de nuevo la otra orilla. Cómo la cosa más natural, la gente se va bajando sin que nadie diga ni mu y se van acercando al embarcadero. A los más despistados el conductor nos dice que hagamos lo mismo y cuando el bus queda vacío comienza a acercarlo a una de las barcazas para embarcar y cruzar este estrecho que separa el Titicaca del WiñayMarca. En la lancha un paisano, de curiosidad mañananera, me interroga sobre mí vida, estado civil, profesión y milagros, y dice que él pronto va a ir a trabajar a España. Yo le cuento que no esta fácil emigrar ahora a mí querido país, que por allí nos gusta más darle emoción y ponerselo díficil a los que ya de por sí lo tienen negro allá dónde nacieron y piensan con criterio que sería mejor compartir la tajada del bienestar. En la otra orilla por fin conozco a la pareja alemán-chilena sobre cuyo futuro la otra noche conjeturaba negativamente mientras cenaba, y que viajan en el mismo bus. Les pregunto si ellos no sienten la misma falta de aire al respirar y me sugieren que mastique coca. Claro! cómo se me habia olvidado? yo hecho polvo por mal de altura y ni he caido en comprar coca. Me dan unas cuantas hojas con demostración incluida de cómo tomarlo. A este lado del lago el paisaje no varia mucho respecto de la orilla peruana: pampa árida de peñascos sueltos aqui y alla, de vez en cuando atravesamos núcleos poblados y de fondo asoman cada vez más cerca e imponentes Huayna Potosí e Illimani.
Muchos son los que esperan coger un carro en la cuenta a lo largo del camino y pocos los elegidos, el chofer con el bus casi repleto sólo para a recoger a afortunados según su arbitrario alvedrio.
Llegamos a la Paz y lo primero que nos encontramos antes de dejar el bus es la ciudad de El Alto que comenzó a crecer aceleradamente arriba en el altiplano, a continuación de La Paz cuando el valle que ésta puebla se lleno de viviendas hasta rebosar, hasta convertirse hoy en un manto de precarias casas y calles mal urbanizadas, dónde los colapsos de coches son cotidianeidad. En uno de ellos nos metimos en ese Domingo de mercadillo, y una vez dentro la lucha de cada coche y microbús es feroz por ganar centrimetros a cada oponente. Una mujer se baja de una furgo y se planta delante de otra en actitud amenazante, dispuesta a impedirle el paso y que así pueda pasar el carro en el que ella va. Ahora sí que el Illimani, vecino de arriba de la Paz, se cuela en cada calle, pavoneandose de sus 6400 metros.
El bus nos deja en la zona del cementerio y allí mismo cojo un taxi que me lleva por ese puzzle incoherente de calles catastroficamente planeadas. Aprovecho para que el taxista me haga de libro de guía, que de aqui no tengo, y me cuente todos los lugares a dónde puedo ir. Me entero que existe un lugar cercano llamado Coroico, a donde se llega despues de bajar un largo puerto y da lugar a la selva, y que me empieza a seducir. Despues comienzo el peregrinar por los hostales cercanos a la calle Sagarnaga buscando barato, bonito y con televisión por cable, que tengo mono de noticias de España. El sitio es el Palacio del Inka. Tambien me pongo a recorrer agencias, de ésas que hay identiquitas alla dónde los turistas vamos, con collages de letras grandes a color y fotos para anunciar las 4 o 5 opciones de los tours estrella de la zona. En La Paz lo que más se vende es subir a Chacaltaya (5421 metros) + ir al valle de la Luna, todo en un sólo día y por unos 6 euros. No me convence mucho pero tomo el tour y así tengo un día para enterarme si merece la pena bajar a Coroico. Porque me entero que Coroico es ese lugar a donde se llega con ese archifamoso tour en bici de descenso por la 'carretera más peligrosa del mundo', del que ya me habían hablado y que no entraba en mís planes hacer. En un restaurante para lugareños me alimentan con espaguetis, filete, huevo, salchicha, ensalada, arroz y patatas fritas, pero lo bueno es que todo eso viene en un mismo plato.

El barrio turístico queda al lado del mercado de las brujas, uno de los sitios más emblematicos de la Paz. En él se venden todo tipo de artículos para la gente aficionada a seguir ritos esotéricos, ingredientes para pocimas intuyo que tambien hay porque veo montón de plantas y lo que no son plantas. Cuelgan apiñados de los toldos fetos de llama con pelo y todo, aves rapaces secas, erizos y otros animales natos y nonatos. No me dentengo mucho porque la verdad da grima ver como trocean un fecho de llama en mitad de la calle. Mas abajo se acumulan un montón de peluquerías y como ya me va haciendo falta me dejo pelar en una cualquiera. Llego a la Plaza Murillo cerca de las 18:00 dónde me encuentro a los canarios de Copacabana.
Tengo suerte en poder ver la ceremonia de bajada de bandera mientras un policía se va acercando a la gente para obligarla a permanecer depiés mientras suena el himno boliviano. Cerca de allí esta la calle Jaén que cómo me han descrito los canarios, es cómo estar en una centrica calle de Jaén por todas sus casas coloniales de dos alturas pintadas de colores, sus rejas y ventanales.
Entro a la catedral de La Paz, estan dando misa y me apunto al sermón. Me sorprende que las imagenes son bastantes melenudas, cómo si se hubieran excedido al ponerles pelo natural. Lo cierto es que esta catedral es bastante acogedora, se siente uno muy agusto. Más tarde ceno en un restaurante muy bien decorado a base de mesas y sillas de madera envejecida, plantas y repertorio de velitas, pero que no tiene nada tradicional para comer. Me subo a la habitación dispuesto a aprovechar bien el rato de tele por cable pero en seguida me quedo sopa. Hasta a eso de la 1 cuando me despierta la voz de una mamita andina (es inconfundible el tono de voz de las mujeres que provienen de la sierra y que visten con pollera, con todos los respetos). Le esta agasajando en elogios a un papito, diciendole que ella es la mujer que el necesita, que le quiere de verdad, que ella ha aguantado hasta que él le pegue, que se olvide de otras mujeres, que se case con ella, vamos muy fuerte la cosa. Resulta que los oigo como si estuvieran en mi cama porque las paredes entre habitaciones no juntan con la fachada del hotel. Me duermo y a las 5 de la mañana parece que a los amantes se les ha unido una amiguita, y es cuando decido que es hora de pegarles una voz y dormir lo que me queda de noche.
Como es un tour me vienen a buscar prontito al hostal, para que no me pierda. Vamos haciendo lo propio con los demás hasta que el microbus se llena de holandeses, brasileños, suizos, italianos, japonesa y un español que soy yo. A mitad de subida a la ciudad de el Alto, uno de los holandeses consigue a duras penas aguantar su incontinencia urinaria y llegado un punto suelta un Stop now please! y sale corriendo. Parece joven para estar ya de la prostata. A mi lado va Carmen que es de Suiza y me cuenta que trabajaba para un gran touroperador y vivió en Baleares y Canarias durante unos años. La furgoneta comienza a subir las empinadas rampas de tierra que conducen al refugio de Chacaltaya, una montaña cuyas laderas fueron un intento de construir algo parecido a una pista de esqui.
Desde este punto es impresionante la vista del coloso Huayna Potosi, otra montaña a la que hay que respetar aún más en caso de querer subirla, pero mucho menos aún que al Illimani, conocida por llevarse la vida de muchos montañeros y guías locales, y que es adónde mañana va a partir el otro suizo que viene en el grupo. Logicamente él camina sin problema hacia la cima del Chacaltaya desde el refugio a 5000 metros.
Yo, gracias al chute de hojas de coca que he masticado esta mañana y a la ZorochePil (píldora para el zoroche o mal de altura) parece que no subo mal y doy con el truco de caminar como si estuviera en la luna, porque de otra forma en cuanto das dos pasos te quedas sin aliento. Llama la atención que pesar de que la cima está a 5.400 no hay casi nieve.
Nos vamos recogiendo a la hora que marcó la guía y subimos de nuevo en la combi para volver de nuevo a la Paz y continuar con este apretado tour que ahora nos lleva a el valle de la Luna, otro de esos nombres que seguro que alguien que estudió marketing se debió inventar para promover el turismo en la zona. Es un sitio dónde la erosión sobre la piedra ha ido creando un paisaje de afilados salientes de débil roca entre los cuales otros tantos surcos penetran profundos en el suelo. En lo alto de una de esas torrecillas naturales hay un aymara vestido con su típico poncho tocando la flauta quena y de paso dandóle al lugar el toque místico.
Cuando acabamos el recorrido vamos pasando por el punto dónde está él, osea pasando por caja para darle la propina. Meha gustando tanto ese sonido que le compro una quena con libro de partituras incluido.
Hemos vuelto ya a la Paz, terminada la excursión y camino por la avenida Prado que es la arteria principal de la ciudad. Se te contagia su energía sólo de ver tanta gente apretada caminando freneticamente a la salida del trabajo, la universidad, el colegio. Percibo en ellos alegria y orgullo por ese kilometro de tiendas de moda, conocidas cadenas de fastfood, luces de neón y cuidadisimos jardines que representan la parte de progeso economico,bienestar y modernidad de esta Bolivia, esa parte que peligrosamente pretende ocultar las miserias y carencias tan evidentes valle arriba.
Aún con todo me dejo engañar y olvido lo que se ve en cuanto sales de este centro: me gusta este bulevar, me siento cómo en mi cómoda ciudad, es casi lo mismo, me regodeo. Más allá de estas paradojas, veo grandonas casas coloniales junto a largas escalinatas, jovenes que corren para entrar a la universidad (a las 8 de la noche?), choferes empeñados en atropellarme, promesas de despacho encorbatados. Vuelvo a ir hoy a la plaza Murillo y me encuentro con unos cuantos antidisturbios, las cámaras de prensa pero aún no sé de que va la vaina. Luego veo unos cuantos con cara de 'la vamos a armar' y al poco sale un señor con un casco de minero del palacio de gobierno. És el dirigente sindical, al que no ha recibido no se qué ministro y que rodean los periodistas.
Pregunto a un compadre que tengo al lado y me cuenta que los mineros cuando hacen huelga son peligrosos porque llevan petardos de dinamita. Éste al que pregunto fue policía nacional y dejó el cuerpo después de que ocurriera la crisis en la que el ejercito y la policia se enfrentaron. Fue hace unos años y en ésta misma plaza: los soldados en un edificio y los policías enfrente, a tiro limpio. Me muestra los agujeros de bala que aún quedan en uno de los edificios. No se cómo ha sido la cosa pero al final me he apuntado al megatour de las bicis en 'la bajada más peligrosa del mundo', mañana veremos.

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